¿Sanador o Terapeuta?

Con el auge de las terapias alternativas y complementarias, han comenzado a escucharse bastante las denominaciones “sanador” y “terapeuta”. Hoy hablaremos de las diferencias que existen entre ambos conceptos y las implicancias que esta diferenciación tiene.

Sanación y terapia, sanador y terapeuta, son conceptos que frecuentemente se utilizan como sinónimos, cuando no lo son. Resulta importante comprender su diferencia para saber qué es lo que realmente uno busca cuando entra en este ámbito en función de obtener los resultados que uno desea.

La Sanación, hace referencia a la aplicación de técnicas de sanación aisladas para solucionar un problema específico. El sanador, se enfoca en solucionar un problema específico, sin relacionarlo con otros problemas, procesos o situaciones. Sin embargo, cuando el consultante toma la decisión de tratarse, ya sea a nivel físico, emocional y/o mental, se requiere de un proceso más complejo y completo, que corresponde a la Terapia.

Que la terapia sea un proceso, implica que consta de diferentes fases o etapas que se van desarrollando de manera continua y lógica en función de lo que el consultante requiera trabajar. Se debe identificar el motivo de consulta, se hace un diagnóstico y un plan de trabajo para el proceso de sanación, que es monitoreado permanentemente en la relación terapeuta/consultante en función de ver los avances que va teniendo e identificar la necesidad de introducir nuevos elementos en función de la efectividad de la terapia.

Para poder graficar con mayor claridad estas diferencias, podríamos decir que una sesión de acupuntura para aliviar una molestia, podría considerarse sanación, mientras que una terapia de acupuntura implica el diagnóstico a través de las herramientas que se utilizan en esta disciplina, el establecimiento de uno o más objetivos, un plan de trabajo y una serie de intervenciones. En Alama, una intervención de sanación podría ser una limpieza energética, mientras que una terapia implicaría también un diagnóstico, establecimiento de motivo de consulta, plan de trabajo y sanación a través de diversas técnicas y herramientas.

El sanador, puede ser también terapeuta cuando su trabajo implica más que intervenciones aisladas y entra en un proceso como el descrito anteriormente. Pero es necesario tener en consideración que, ser terapeuta requiere habilidades e implica responsabilidades mayores a las del sanador.

El terapeuta establece una relación de mayor alcance con la persona que consulta. Ésta se denomina “relación terapéutica” y es diferente a cualquier otro vínculo que podamos tener. En ella, terapeuta y consultante establecen una alianza que debe estar basada en la confianza, en la predisposición al cambio, en el respeto mutuo y en acuerdos en relación con los objetivos y los métodos en función de alcanzarlos.

El terapeuta debe esforzarse en generar un clima de confianza y comodidad para la persona, de manera que ésta pueda expresarse con libertad, sabiendo que no habrá juicios de por medio y que se mantendrá la confidencialidad. Para que eso ocurra, el terapeuta debe trabajar bastante en sí mismo, idealmente habiendo pasado o estando en un proceso de terapia o de auto-sanación, de manera que sea consciente de cuáles son sus propios conflictos y los ámbitos en los cuales debe poner atención para no perder la empatía y la neutralidad.

El terapeuta debe saber que es y siempre será un sujeto en construcción y que, por tanto, en la medida que sus pacientes cambian en terapia, él/ella igualmente irá cambiando, pues se trata de un proceso de reconstrucción y retroalimentación mutuo. Tener esa claridad es importantísimo, pues un verdadero terapeuta tiene claro que se trata de un trabajo en equipo y que él/ella es un medio y no es quien realiza directamente la sanación de la persona, condición que inmediatamente pone freno al ego.

El encuadre es un elemento fundamental a considerar por el/la terapeuta y consiste en el establecimiento de los límites y normas necesarios para el paciente y el buen funcionamiento del proceso. En el encuadre explícito, se establecen las normas en relación con horarios, puntualidad, tiempo de la sesión, inasistencias, costo de las sesiones y forma de pago, vías de comunicación con el terapeuta, método de trabajo, etc. Implica sentar las bases del funcionamiento de la terapia, condición que disminuye muchísimo la ansiedad del consultante pues lo posiciona en un terreno conocido, en el que sabe cómo funcionarán las cosas y qué se espera de él en ese contexto. De este modo la relación terapéutica puede darse de manera fluida y el paciente se siente más seguro y contenido al conocer las reglas básicas a las que debe adaptarse.

El encuadre implícito, es aquel que hace referencia al modo en que se da la relación terapéutica, y si bien, no se explicita como el anterior, son las interacciones y los límites interpersonales los que van definiéndolo. Este implica, como se explicaba anteriormente, que este vínculo es diferente a todos los demás y que tiene una connotación profesional, pero contenedora y de confianza, que se despliega en la terapia y que se respeta aun fuera de ésta, en la comunicación entre sesiones e incluso en los encuentros casuales. El terapeuta sabe que debe estar atento a las transgresiones del encuadre y abordarlas en sesión, pues éstas se configuran como material para el análisis y el cambio.

Un terapeuta no deja al azar tampoco el setting, que es el lugar en que el proceso de sanación ocurre. Debe ser un espacio cómodo y neutral, en el que tenga todo lo que necesita a su disposición y donde el consultante se sienta seguro. La distancia física entre ambos, el mobiliario y los adornos, son parte de este escenario en el que el cambio ocurre.

Asimismo, ya en lo más técnico, el terapeuta debe desarrollar habilidades fundamentales para poder ayudar a las personas que atiende. Algunas de estas son; la observación, la escucha activa (que implica la capacidad de facilitar la comunicación del paciente e identificar los fragmentos importantes de su discurso para la comprensión de su problema, entre otras cosas), la empatía, la calidez y cercanía, la aceptación incondicional, etc. Todas estas son habilidades que requieren entrenamiento y, por supuesto, una debida supervisión, principalmente durante la formación, pero también a lo largo de ella, pues un terapeuta nunca debe asumirse a sí mismo como “completamente formado”. Un buen terapeuta debe estar permanentemente auto-observándose, trascendiendo sus propios conflictos, prejuicios y creencias.

Las intervenciones terapéuticas tampoco deben dejarse al azar. Existen técnicas, principalmente tomadas desde la psicoterapia, que posibilitan una mayor apertura del paciente y una mayor comprensión de sus temáticas. Las interpretaciones, los silencios, las frases que reflejan al consultante algo que no está viendo, los parafraseos, las clarificaciones y otras intervenciones, deben ser cuidadosamente utilizadas en el momento y en el contexto que corresponde y, para poder hacerlo correctamente, se requiere también de entrenamiento, observación, experiencia y supervisión. Asimismo, las intervenciones y técnicas correspondientes a cada tipo de terapia también deben ser cuidadosamente escogidas y aplicadas correctamente.

En Alama somos conscientes de la gran responsabilidad que implica ser terapeuta. Por esta razón ponemos énfasis en todos estos elementos en la formación y en la supervisión de ellos. Si bien, podemos hacer sanaciones aisladas, nuestro fuerte es la terapia, pues implica un cambio sustancial y una sanación más completa, en la que el consultante se hace cargo de su proceso, mientras nosotros nos encargamos de cumplir con nuestro rol de la mejor manera posible, generando un ambiente que posibilite el trabajo de la sanación a través de todas las técnicas canalizadas y por canalizar.

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