Además de nuestro cuerpo físico, los seres humanos tenemos cuerpos sutiles que inciden en el proceso de salud/enfermedad y que deben ser considerados en nuestro autocuidado. En esta columna los conoceremos y comprenderemos su implicancia en nuestro bienestar.
La medicina, la psicología y las terapias alternativas y complementarias se ocupan de tratar nuestras enfermedades y conflictos desde diferentes ámbitos y puntos de vista. La medicina alopática, por ejemplo, enfoca sus tratamientos desde lo fisiológico; la psicología desde lo mental y emocional, mientras otras terapias orientan sus intervenciones desde lo energético y espiritual. Todos estos ámbitos de sanación son importantes para nuestro bienestar, sin embargo, al tratarlos por separado, generalmente se deja algo pendiente o inconcluso. Es por eso que, desde el Sistema de Sanación Alama, se integran todos estos aspectos –y otros más- para poder dar un tratamiento holístico, que aborde a la persona de manera integral.
En esta oportunidad, hablaremos de los diferentes cuerpos que nos conforman y que inciden en los procesos de salud/enfermedad.
Con “cuerpos”, hacemos referencia a los diferentes campos bioenergéticos que componen la estructura multidimensional del ser humano. El primero de ellos, y el más reconocido debido a que podemos percibirlo con claridad y “objetividad” es el cuerpo físico. Éste es el más denso de todos y es el vehículo que nos permite existir y relacionarnos con el mundo en este plano físico.
El cuerpo físico es la expresión del espíritu en la forma y es el espacio en el que se manifiestan la enfermedad y el dolor de manera perceptible, permitiendo que advirtamos que algo no está bien en nosotros mismos. En él operan los sistemas óseo, muscular, digestivo, urinario, nervioso, reproductor, linfático, hormonal y respiratorio y los órganos que componen cada uno de estos. Es una especie de máquina que, en condiciones ideales, funciona de manera perfecta y en la cual fluye una gran cantidad de energía vital.
Existen otros cuerpos sutiles, estructurados por vibraciones más altas, con rapidez y frecuencia diferentes, que determinan una especie de materia cada vez más fina, imperceptible para el ojo humano.
El cuerpo etérico es uno de ellos, siendo la réplica exacta del cuerpo físico a nivel energético, en cuanto a su tamaño y dimensiones. Contiene a los chakras y meridianos energéticos, funcionando como un puente que conecta el cuerpo físico con la manifestación inmaterial de nuestro ser. Es el que le da la vida a nuestro cuerpo físico, manteniendo nuestros procesos fisiológicos en funcionamiento y, consecuentemente, nuestra salud. El cuerpo etérico puede verse afectado o interferido por las emociones, el sol, el oxígeno, la alimentación, las geopatías, el agua, el electrosmog y el ejercicio físico. Cuando su energía está baja, se debe sospechar que hay contaminación del campo energético.
Cabe destacar que es necesario y recomendable, asegurarse de que el cuerpo etérico esté en buenas condiciones, puesto que las enfermedades se reflejan en él antes de manifestarse materialmente. Esta es la razón por la cual las terapias energéticas que se enfocan en el tratamiento de los chakras, nadis, en el Qi, el Chi y/o en el Prana, además de contribuir a la sanación de la enfermedad, ayudan a la prevención de éstas al reparar aquello que está funcionando inadecuadamente en el cuerpo etérico, evitando el avance de los padecimientos y su manifestación física.
Otros cuerpos que inciden fuertemente en nuestra salud son el cuerpo emocional y el mental. El primero, es el espacio sutil en el que se forjan y habitan los deseos, sentimientos, emociones y los programas emocionales. Estos últimos son una especie de “paleta” de emociones (valga la redundancia) que se agrupan de acuerdo a su similitud (relacionadas con el miedo, con la ira, con la tristeza o emociones sociales como la vergüenza). Su importancia radica en que es el cuerpo que más activo está en las personas y el que condiciona la mayor parte de nuestros actos, razón por la cual resulta altamente relevante cuidarlo. Un modo de hacerlo es trabajando en torno al reconocimiento de nuestras propias emociones, saber cuáles son las que predominan en uno mismo en general y en situaciones y circunstancias específicas. Expresar apropiadamente las emociones es fundamental, pues la represión y la manifestación inadecuada de ellas, puede permeabilizar nuestro campo energético e incluso fisurarlo, condición que aumenta el riesgo de contaminación y de fugas energéticas.
El cuerpo mental, por su parte, es el lugar donde se forman las ideas y los pensamientos. Existen muchísimos tipos de pensamientos, pero entre los que podemos considerar nocivos identificamos claramente 4 tipos principales; los relacionados con el deber, que convierten nuestros deseos en exigencias acerca de lo que deberíamos ser o en demandas en relación a los demás. Los pensamientos categorizantes, que incluyen juicios de valor. Los desproporcionados, que exageran las situaciones y, por último, los pensamientos que implican suposiciones, que limitan la percepción directa de lo que el otro quiere realmente manifestar al interpretar superponiendo nuestras creencias.
Los pensamientos pueden llegar a configurar ideas o creencias más o menos estables que generan programas mentales positivos o, por el contrario, destructivos y autodestructivos que influyen y, en muchos casos determinan, la forma en que damos significado a las experiencias haciéndolas coherentes con nuestra historia.
Los programas mentales destructivos y autodestructivos nos llevan a repetir situaciones negativas e interfieren en nuestras posibilidades de cambio y crecimiento personal cuando no son identificados y/o sanados.
Para concluir, el cuerpo espiritual, es el que tiene más alta vibración pues hacia él fluye constantemente la energía más radiante desde el plano espiritual, transformándose en frecuencias menores para inundar también el cuerpo mental, emocional y etérico. A través de este cuerpo experimentamos la unidad interior con toda la vida, con todos y con todo lo que existe en la creación, uniéndonos con el ser puro y divino. Sólo a través de él podemos conocer la fuente y el destino de nuestra existencia y comprender el auténtico sentido de nuestras vidas, pues nos conecta con nuestro yo superior y con otras energías y seres de luz.
El cuerpo espiritual es el menos denso de todos y es el que nos conecta directamente con la divinidad. Nos permite comprender que todos somos seres divinos y que, al fin y al cabo, todos somos uno.
En Terapia Alama trabajamos con todos estos cuerpos como ámbitos de sanación; medimos sus energías e intervenimos en cada uno de ellos cuando aparecen como causas u orígenes del problema o motivo de consulta. Cada cuerpo funciona de manera integrada con los otros y, al verse afectado uno, lo más probable es que los otros también se alteren. De la misma manera opera la sanación, pues al restablecer la armonía de uno de los cuerpos, los otros se ven también beneficiados y, la sanación de uno, puede implicar, en parte, también la de los demás.
Te invitamos a seguir leyendo nuestras columnas, pues en otros artículos revisamos otros ámbitos desde los cuales intervenimos en sanación.
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